Nunca (o casi nunca) felices.
Recuerdo una entrevista que le hicieron una vez a Felipe Cussen (poeta y fan n°1 de Javiera Mena en el universo) en que decía que los escritores deberían ver más tele porque solo así tomarían conciencia que hay gente que sufre más que ellos; como Roxana Muñoz, por ejemplo.
Una de las ideas que se desprende de tan maravillosa frase es que hay que romper con la imagen del poeta atormentado, ya que también se puede escribir desde la alegría. Pero me pasa que cuando estoy feliz no me dan tantas ganas . Las ganas de escribir, en mi caso, están ligadas al desahogo y uno se desahoga cuando las situaciones lo sobrepasan, , cuando no puede verbalizar con ninguna persona lo que está sintiendo, cuando se frustra, cuando piensa, cuando sufre, cuando está ... triste, o melancólico, palabra que creo describe mejor esos estados.
Para canalizar la pena, o bien, para dejar registro del momento, el acto de escribir ( y como todo lo que hago en realidad) siempre está supeditado a las emociones, pero no a esas que te desbordan y no dejan que te concentres, sino a las que te ensimisman, y por lo tanto, permiten que te conectes con lo que has albergado en tu interior, de ordenarlo, y darle nombre, darle vida.
Por esa razón, es que ya sea escribiendo aquí, en feisbuc, en tuiter (sobre todo en tuiter) resulta catárquico y difícil de realizar en cualquier otro estado emocional que no sea el ya mencionado.
Por eso es mejor triste, u ocupada, pero eso ya es tema de otro texto.
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